Las cartas de Arturo (I)

Las cartas de Arturo (I) · «Un final para su final» · Ibai Fernández

Un buen día, un tal Arturo, un personaje salido totalmente de ningún lugar —no, al menos, uno que yo hasta entonces conociera— comenzó a escribirme cartas; cartas que, a su pedido y a mi deseo, acabaron convertidas en una novela —«Un final para su final»— a día de hoy muy próxima a su publicación.

De entre todas las cartas, por obvio, la que más me llamó la atención fue ésta, la primera, que ahora, cumpliendo con lo que en su momento Arturo me hizo prometerle, aquí publico.

Querido Ibai:

¿Cómo van las cosas? Espero que bien… aunque lo dudo mucho. No trato de desanimarte, pero, ¿a quién puede irle nada bien en un mundo como éste, mucho menos en una época como ésta en la que vivimos? En fin, supongo que te estarás preguntando quién soy y a santo de qué estas palabras.

Antes de responder a eso, déjame empezar diciéndote que estoy algo así como bastante borracho. «Algo así.» Me reiría, pero si lo hago más que probablemente me pasare los cinco próximos minutos tosiendo. Resulta que tengo algo en los pulmones. Quiero decir, tengo que tenerlo; no es que lo sepa con certitud ni que me vaya a ir a hacer pruebas al respecto, pero noto algo que me repta ahí dentro. A medio camino entre un calamar y un cangrejo, me imagino, pero qué narices sé yo de medicina de todos modos, ¿verdad? Hace mucho que no veo a un doctor y prefiero morirme siguiendo esta dinámica. Ninguno me ha traído nada bueno… y mira que hemos consultado no a uno, sino a un ciento. Me refiero, por cierto, a mí y a la que ha sido mi esposa durante los últimos… ¿40 años? No lo sé, la verdad, hace ya tiempo que perdí la cuenta… si no es que no me importado nunca un sólo carajo llevarla. El tema es que los matasanos —todos ellos— se han probado a sí mismos lo suficientemente inútiles como para no necesitar echarme otro en cara nunca más. Con o sin sus diagnósticos, consejos y medicinas no es que me quede ya mucho, de todos modos, así que para qué condenar mis últimos días a un circo inefable de visitas y tratamientos inútiles, ¿no?

Pues eso. Te decía que estoy borracho. Lo bastante como para que me cueste hilar el discurso pero no para no poder distinguir con claridad las teclas de esta vieja máquina de escribir. Me sorprende haber encontrado sus cilindros de tinta aún servibles. En fin… Quería empezar esta historia que quiero compartirte por el principio, pero si lo hago quizás te aburras antes incluso de lo que yo mismo había previsto. Además, por muy épico que sea un principio, siempre habría de serlo más cualquier final, ¿no? Para algo es donde las cosas se acaban y quizás la última de todas las hazañas que tenemos a bien permitirnos enfrentar sea la de la muerte. Y, créeme, ahora que me encuentro a las puertas de ella, puedo decirte que es mucho más sencillo enfrentarse a ella que a la vida. A fin de cuentas, piénsalo: para morir sólo hay que rendirse mientras que para vivir toca «hacer la guerra». Y a veces la vida es una guerra ante la que sólo te quieres rendir. Y a veces rendirte en vida es mucho peor que morirte, porque te toca soportar una agonía que durará el tiempo que tardes en morirte. Y a veces ese tiempo puede ser mucho. Para mí lo ha sido, desde luego.

He vivido una vida larga y tediosa. Y quiero darte un consejo al respecto: deshazte de todo lo que no te cause furor. Sé que no es el mejor consejo, pero tampoco trato de que lo sea. Como me he escuchado decir últimamente: «Que no tengas que arrepentirte de viejo de todo lo que dejaste de hacer de joven.» O algo así. Quiero decir, probablemente sea el peor consejo que te puedo dar —o uno muy malo, cuanto menos—, pero eso de darlos es un arte que no he practicado mucho. Probablemente me digas que si todo te causa furor va a ser difícil saber qué es lo que verdaderamente te lo causa, porque no vas a tener con qué comparar las situaciones que te lo causen y los momentos en que lo sientas.

Pero bueno, comencemos con la historia… por el final. 

El tema es que me he ausentado de casa unos días y me gustaría hacerte partícipe de ellos. No porque a ti te interese un carajo a título personal, pero quizás te resulte interesante usarlo para tus cuentecitos, ésos que sé que te gusta escribir y con los que esperas poder ganarte la vida. Permíteme decirte, muchacho, que «ganarse la vida» es una expresión de mierda. Te lo expondría con más delicadeza, pero no sabría cómo. Piénsalo: a medida que tratas de ganarte la vida, no haces más que perderla. Si, como yo, para ganártela, acabas trabajando durante 50 años, 50 semana al año, regalando 50 horas de tu tiempo cada una de esas semanas… habrás hecho mucho bien por construir el sueño de otro, pero, ¿dónde coño quedan los tuyos? ¿Has tenido sueños? ¿Aún los tienes? Espero que sí, chico, porque si no, ¿a cambio de qué vas a empeñar los próximos 30, 40 o 50 años de tu vida? Y es que, déjame decirte, si no empiezas a perseguirlos desde ya, lo más que te va a quedar al final de tu vida es su reflejo plasmado en forma de fotografía que acabará teñida de un amarillo macilento que lo más probable es que te provoque ganas de vomitar al mirarla. O bueno, ahora que guardáis las fotos en ordenadores quizás no se amarillee, pero te puedo prometer que las ganas de vomitar que te va a producir ver esas fotografías, reflejos de tus sueños, dentro de 30 años no va a haber medicina que te las quite. No hay medicina para el alma, eso tenlo por seguro. 

Bueno, como te decía, me ausenté de casa unos días y, precisamente, lo hice para perseguir un sueño… o más bien el recuerdo de uno. El recuerdo de uno que tenía registrado en una de esas fotos amarillentas sobre las que precisamente acabo de contarte. A mis años… y a pesar de ellos. A pesar de los cuales no sabría decirte, la verdad, si la aventura me ha arrendado o no la ganancia. Quizás eso tengas que juzgarlo por ti mismo a medida que te la cuento — o quizás sea eso lo que, de algún modo, te estoy pidiendo que me ayudes a dirimir. Me gustaría contártela y ver qué opinas al respecto; me gustaría que la hicieres tuya y que la contares a alguien, a quien bien pudieres (o quisieres) hacérsela llegar. Creo que si bien mi vida no ha sido digna de contar —ni siquiera de ser vivida, realmente—, el que sin duda —ni miedos, pero sí con una sensación de arrepentimiento enorme— está siendo su final bien puede mostrarle a más de uno qué hacer al respecto de la suya propia para vivirla con cierto cariz de decencia.

Por cierto, tanta tontería y no se me ha ocurrido presentarme, ¿verdad? Me llamo Arturo y cumplo 69 dentro de muy poquito, si es que llego a alcanzarlos. Es curioso como la vida pone tantas metáforas en tu camino —y tan hijas de puta en su mayor parte. A punto de cumplir los 69 y quizás me quede a sus puertas. Soy un borracho, un amargado y un don nadie. Dejé todos mis sueños por vivir una vida decente y eso me ha convertido en un viejo de lo más indecente que te puedas imaginar. Pero, ¿qué es la decencia de todos modos, verdad? Ningún hombre debería vivir su vida en función de tales estándares.

En fin, ya termino: si ves que te interesa lo más mínimo algo de lo que creas que pueda salir de mi boca, no tardes en darme respuesta. Sé que este prolegómeno ha sido muy vago al respecto de cuáles podrían haber sido esos momentos de los que creo que otros pudieren sacar cierta iluminación, si me lo permites, pero algo me hace pensar, después de lo que he leído de ti, que quizás sepas darle el valor que yo siento que pueda llegar a tener. Como sea y de darse tal caso, te lo recuerdo una vez más: no tardes en extenderme respuesta; o podría ser que para cuando me la envíes no haya ya nadie que te la pueda recibir.

Un abrazo,

Arturo.

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13 respuestas

  1. Me encantó esa carta; despierta mi interés saber qué tiene que aportarme un anciano que se ve cerca a su muerte y cuya vida parece no haberle dado satisfacciones. Siento tristeza de pensar que podamos llegar a esa edad con esa terrible sensación.
    Pendiente, muy pendiente de conocer ese mensaje.
    Un abrazo muy fuerte

    1. Gracias, Inés. La historia de Arturo, a más de interesante, a mí me pareció sin duda reveladora, que fue la principal razón por la que tuve decidí hacerla mía y compartirla con el mundo, tal y como Arturo me pidió. Ahora bien, no sé, a pesar de todo lo que cuenta Arturo, si «tristeza» sería la forma más adecuada de catalogar su historia. Cuando lo hagas con plenitud, me encantaría saber tu opinión al respecto.

  2. En esta carta me he dado cuenta que la vida de Arturo se parece a la mía, a veces. Esta en cada uno darle el rumbo que uno quiere, pero que tanto depende de nosotros, es verdad que uno forja su camino y le corresponde lo que merece, o simplemente es un azar del destino. Ansiosa por leer la novela y saber, al menos, cuál es el final de Arturo.

  3. Podría escribirle yo a Arturo.

    Estimado Arturo:

    De todo lo hecho en mi casi larga vida (tengo pocos años menos que tú), no voy a renegar de nada. Desde la infancia he luchado, he decidido beber la vida sorbo a sorbo, he malgastado mi tiempo, pero hasta el último instante de esa vida he decidido ser RESILENTE, aprender hasta el último momento para así, en el momento último, tener la decencia de haberme sentido útil en esta vida para todos aquellos que han creído en mí, aunque yo igual no fui lo que esperaban, o no supe serlo, de ahí que haya aprendido a sentirlo cerca… Muy cerca.

    Espero te dé tiempo a leerlo Arturo, y si no, espero encontrarnos en el más allá o el más acá.

    Abrazo y fuerza.

    Es mi respuesta a Arturo.

    Saludos, Ibai.

    1. Antonio:

      Algo me dice que Arturo y tú os llevaríais — u os habríais llevado — muy bien. Y es que hace mucho que no he recibido una nueva carta suya desde que hace poco le compartí el manuscrito de «Un final para su final». Quizás simplemente haya de insistirle nuevamente. Quizás, quién sabe, simplemente no le gustó y aún no se atreve a decírmelo (aunque eso sería «muy poco Arturo», si se me permite la expresión). Quizás — si bien no quiero tener que ponerme en la más extrema de las situaciones —, con aquellos males que le acaecían, ya no voy a recibir más cartas suyas. Espero que éste, sea cualquier otro que sea, no sea el caso.

      En cualquier caso, caballero, si Arturo tuviere que responderte, creo que desde luego sería celebrando tus palabras, aunque prefiero que sea él el que, si te lee, en algún momento pase por aquí para decirte lo que considere adecuado.

      Gracias, con todo, por tus palabras. Cuando leas la novela quizás veas reflejado en sus palabras — y la historia de Arturo – mucho de lo que las tuyas contienen.

      Abrazo.

  4. Arturo me parece una persona con una visión muy de Nietzschte, en el sentido más pesimista, por lo q en estos tiempos que vivimos, no me atrae, todo lo contrario. Me atrae, actualmente, lo q me da fuerza, positivismo, esperanza, todo lo contrario que traslada Arturo. Yo de poderme comunicar con él, le invitaría a crecer en espiritualidad, que buscara su camino para encontrarse, para amarse y disfrutar de este inmenso regalo q es la vida,que aprendiera a valorarla, a pesar de las adversidades..
    No obstante, en cuanto esté a mi alcance leeré con mucho interés la novela,segura, por la muestra, de que su lectura será muy fluida.

    1. Gracias, Teresa. Supongo que Arturo —como tú, como yo, como todos— tiene «lo suyo». Y «lo suyo» —«lo nuestro», lo de cada uno de nosotros— a veces es, como he comentado en otro post al respecto de mí mismo, a veces «[ni] pesimista ni pragmático ni cínico ni siquiera estoico».

      Y, precisamente, a lo mejor —yo que ya me sé la historia— lo que necesita, más que espiritualidad en sí mismo, es un toque de vida, un toque de sueños que, quizás nunca antes —salvo en esta, su vejez— tuvo tiempo de experimentar.

      Una vez más, mil gracias por el comentario.

  5. Gracias por compartir esta carta.

    Interesante a la vez que inquietante.

    Solo decirle a Arturo que yo, a pesar de no ser creyente, me acuerdo mucho de esa canción de Bob Dylan “death is not the end”

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