De hecho, hablando de monjes budistas, de meditación y de amor —e incluso de estados alterados de conciencia—, esto de la concentración —como yo la experimento y hablando sin más base científica al respecto que la que me ofrecen los (millones de) resultados de Google al hacer esta o aquella búsqueda— tiene mucho de la misma sustancia; sustancia que, sin ir más lejos, es la dopamina.
Y es que si algo tienen en común la meditación —un estado especial de concentración, por resumirla de la manera más sencilla y práctica posible—, el amor y el alcanzar estados alterados de conciencia (estupefacientes mediante, me refiero, de las drogas más blandas a las más duras), es que los tres generan la segregación de esa sustancia tan cool que a todos nos encanta consumir y a la que es tan fácil hacerse adicto como acabar mal, muy mal, por su ausencia. Tanto, de hecho, que su ausencia nos lleva a la apatía —la falta de ánimo y motivación—, a la anhedonía —falta de placer al realizar cualesquiera actividades— e incluso a cierta ansiedad social que nos impide socializar como habría de ser debido —algo muy importante, por si no lo sabías ni lo habías notado, si es que has nacido como exponente de nuestra raza (la única verdadera raza, la humana).
Y es que esta sustancia — la dopamina —, en un principio —ahora veremos por qué digo «en un principio» y por qué lo señalo en cursiva— directamente relacionada con el placer, es la que nuestro cerebro segrega cual cataratas del Niágara cuando, entre otras, nos enamoramos, nos drogamos, meditamos (con la debida concentración, que creo que es como verdaderamente funciona) e incluso —esto yo no lo he experimentado en mis carnes (¿o debería decir «en mis cerebros»?)— jugamos a juegos de azar.
Y si empezaba el párrafo de antes diciendo «en un principio» es porque, de hecho, estudios que quizás ya no podríamos etiquetar precisamente como «recientes» —y es que la ciencia cada día se mueve más rápido, cada vez cuesta estar al día con todos sus avances y son nueve muchos años para que no haya habido otros avances que destacar al respecto (y que incluso quizás contradigan los resultados de estas investigaciones que aquí os comparto)— llevados a cabo por los investigadores John D. Salamone y Mercè Correa para la Universitat Jaume I de Castellón (España) en colaboración con la Universidad de Connecticut (EE.UU.) y publicados en 2012 en la revista Neuron plantean una revisión de este paradigma no sólo tan científicamente sino también tan popularmente aceptado que toma a la dopamina como neurotransmisor directamente asociado con la experimentación del placer.
En su artículo, los citados investigadores plantean que, más que sobre el placer, sobre lo que la dopamina actúa es sobre la motivación. En palabras de uno de los autores, Mercè Correa:
«Existe la creencia popular, y también científica, de que la dopamina regula el placer y la recompensa, que cuando consigues algo que te satisface liberas dopamina, pero las últimas investigaciones demuestran que este neurotransmisor actúa de forma previa, es el que nos mueve a actuar, se libera para conseguir algo, ya sea evitar un mal o alcanzar un bien».
.- Mercè Correa
Sobre sus estudios —hechos con ratas de laboratorio—, además, señala la autora que dicha sustancia:
«No está regulando lo que el animal siente cuando toma la droga, si no que está provocando que persevere hasta conseguirla».
.- Mercè Correa
Y concluye:
«Lo que la dopamina regula no es que lo vivido […] produzca más placer, sino que están más motivados para actuar. La producción de dopamina se ha confundido durante mucho tiempo con la satisfacción, pensando que provoca que estas personas sientan más, cuando lo que hace es que sean más activos».
.- Mercè Correa
Y hasta aquí —al menos por ahora— con la clase (barata) de ciencia.
El tema es que la dopamina, ya tenga que ver con el placer o la motivación, es algo que nos hace «querer más de algo», que nos hace buscarlo, ya sea porque potencie la motivación en sí misma o porque nos produzca un placer que alimente nuestra motivación a la hora de encontrar, de poner en marcha o de activar cualesquiera las actividades que nos causaron dicho placer.
Pero bueno… ¿Y qué tiene que ver todo esto del amor, la droga (o los juegos de azar) y la meditación con el tema de la escritura? Pues si te lo tienes que preguntar es que no has sabido hilar todo lo fino que deberías haber hilado. Todo es lo que tiene que ver, todo. Y es que si te enamoras de lo que escribes, no querrás dejar de hacerlo como tanto cuesta dejar al amante junto al cual caemos atravesado por la invisible flecha de Cupido; que te mantendrá activo incluso a horas en las que el sueño debería ya haberte vencido —justo como hacen muchas drogas, ¿no?— y te hará relajarte en los momentos en los que más estrés estés experimentando —como hacen tantos otras, ¿verdad?—; que a veces sentirás que has sacado el jackpot en la máquina tragaperras de turno y otras te volverás a casa (a una casa metafórica, claro está) sintiendo que has perdido tu tiempo, tu dinero —e incluso tu cordura en el proceso—; y que a veces te imbuirás tanto en lo que estés escribiendo, que no habrá ruido, mosca, persona o señal telefónica que sea capaz de extraerte de tu estado de meditación trascendental… ¿Te parece poco?
De hecho, si este fuera el lugar —y el tiempo— de los «consejos de libro de recetas (para escritores)» te diría que te relajares. Un poco cuanto menos. Que hicieres algo que te guste, que verdaderamente te guste. Pero como no es el momento de esos consejos, mejor me lo guardo para más adelante. Regresemos antes a la inspiración y a la falta de ella.
Por cierto, el artículo científico al completo, en inglés, puede ser leído aquí.
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Lo que lees es parte de la serie «El oficio de escritor», dedicada a hablar del proceso de escritura y todo lo que él atañe: miedos, bloqueos, procesos, métodos y, en general, un puñado de no muy malos consejos sobre cómo afrontar ciertas partes de la vida. Puedes seguir el hilo de la serie continuando al siguiente artículo o visitando el anterior si aún no lo leíste.
A veces la mejor manera de hacer algo es no hacer nada al respecto. ¿Se me ha ido la cabeza? Y es que hay veces que la cabeza simplemente se nos va.
¿Os ha atacado alguna vez el «bloqueo del escritor», tanto a la hora de escribir como de afrontar cualquier otro tipo de tarea creativa?
2 respuestas
No tengo palabras , pero es lindo motivarte hacer lo que te gusta
?
Así es, Ángela. Es lindo cuando estamos motivados. Y cuando no lo estamos… nada más lindo que buscar esa motivación activando nuestro cerebro de las maneras que mejor nos venga a cada uno. ¿Qué te funciona a ti mejor?
¡Abrazo!