La clave está en las circunstancias

La clave está en las circunstancias · El oficio del escritor · Ibai Fernández

¿A qué se refería, entonces, el director de fotografía al que trataba de venderle tan apasionadamente como podía mi idea? Se refería a las circunstancias. Historias de amor y de desamor hay demasiadas. Se me ocurre —no tengo datos para probarlo— que habida la necesidad del ser humano de emparejarse para sobrevivir y de enamorarse para sentir que está vivo —y de desenamorarse por obra y causa de la lógica que todo ello trae consigo y que ahora mismo no me voy a detener a debatir—, tiene que ser el género literario artístico que más exponentes tenga. Ya sabéis: «chico conoce a chica, chico pierde a chica, chico recupera a chica… y viven felices comiendo perdices porque a nadie le interesa cómo pagan la hipoteca, educan a sus hijos o, mucho menos, se hacen viejos y se van aburriendo el uno del otro hasta que todo lo que queda es resentimiento y amargor (discúlpeseme la visión cínica).»

Ahora bien, verdaderamente, qué tal si contextualizamos una historia de amor y desamor dentro de una realidad paralela de miembros biónicos y ojos cibernéticos (¿o era al contrario?) que le haga preguntarse al espectador «What the fuck!?» Quizás le haga perder todo el foco de atención en la acción dramática que se está desarrollando, pero quizás ese «What the fuck!?» es la definición de originalidad.

Cuando salió Matrix (The Matrix, 1999, Hermanos Wachowski), todos hablaron de su originalidad. Desde luego tenía unos efectos especiales de lo más originales, quizás hasta entonces nunca vistos en el cine; más que probablemente representaba una visión personal de sus autores increíblemente bien contextualizada. Pero… ¿hasta qué punto puede decirse que, como historia, era original? No se basaba en más de lo mismo que nos había contado James Cameron en Terminator (The Terminator, 1985, James Cameron) o Stanley Kubrick en 2001: Odisea en el Espacio (2001: A Space Odissey, 1964, Stanley Kubrick) — esto es, la creación del hombre (la máquina) imponiéndose al propio hombre? E incluso si vamos más allá… ¿no os parece que es como si los hermanos Wachowski estuvieran haciendo su propia versión del Nuevo Testamento?

A fin de cuentas tenemos un Cristo redentor (Neo) que se sacrificará por la humanidad, un mentor bautista (Morfeo) que lo sacará de su vida de mierda para hacer de él el santo en el que se ha de convertir, un Judas traidor (Cifra) que lo pondrá todo patas arriba y una María que a veces será mamá y a veces Magdalena (Trinity). La misma La Guerra de las Galaxias (Star Wars, 1975, George Lucas) llevó a los públicos al cine una y otra y otra vez. Su originalidad fue comentada —y celebrada— a lo largo y ancho del globo terráqueo por mareas humanas que, sin pensarlo dos veces, hicieron de aquella película —y de la mitología que posteriormente se generaría a su respecto— su primera religión.

Sin embargo, un vistacito a algún western y a alguna de las películas de Akira Kurosawa para darnos cuenta de que George Lucas no estaba haciendo más de lo que Plauto hacía hace 22 siglos: coger de aquí y tomar de allá y «montarse su propia peli» a retazos de las historias de otros.

Ahora bien, las circunstancias.

Eso ya lo cambia todo… y ahí podremos argüir que es donde radica (¿donde puede radicar, quizá?) la verdadera originalidad. Películas de «hombre versus máquina» hay muchas. Héroes que se enfrentan a toda la maldad de un imperio (ya sea de máquinas, de bandidos en el Viejo Oeste, en el Lejano Japón o de «una galaxia muy, muy lejana»), también. De hecho, el concepto del héroe (y de su viaje y de las diferentes etapas de dicho viaje —que en realidad son siempre las mismas) está presente en todas las historias que queramos contemplar.

Yo, sin ir más lejos, para contaros muchas de las cosas que os he contado contado aquí he recurrido a un sinfín de conceptos que otros escritores ya habían puesto de manifiesto en sus obras. Ahora bien, las circunstancias en las que he puesto dichos conceptos son completamente diferentes a las circunstancias en las que lo habrían hecho ellos y, por ello, podríamos decir (o debatir, al menos) si mi trabajo (éste que estáis presenciando aquí) es un trabajo original o no.

Además, tenedlo en cuenta, igual que antes decíamos que «el arte está más en los ojos del que mira que en los cuerpos —y las mentes— de quienes lo crean», podemos decir que la originalidad radica más en la ignorancia de quien consume la historia que en la sapiencia de quien la crea. Esto es, si os contara como un profesor universitario de arqueología se enfrenta a un ejército de bandidos para poner a salvo una reliquia con poderes sobrenaturales y nadie de vosotros supiera nada de Indiana Jones en busca del Arca Perdida (Indiana Jones and the Raiders of the Lost Ark, Steven Spielberg, 1978), quizás me podrías decir que tengo ideas muy originales, pero como es una de esas películas —al menos para mi generación— que todo quisqui se ha visto al menos 30 veces en los últimos 30 años, pues me vais a decir que «menuda originalidad» la mía. Eso sí, Dan Brown ha copiado el modelo de Indiana Jones y lleva vendidos millones de libros y de los que lleva tres adaptaciones a la gran pantalla. Y qué decir de la famosa asaltadora de tumbas Lara Croft, ¿no? Cambian las circunstancias (Dan Brown cambia las cavernas por museo y los nazis por sociedades secretas y Tomb Raider cambia el género del protagonista y el látigo por dos súper-pistolas) y, ¡pum!, exitazos en libro, videojuego y también en la gran pantalla pantalla.

A continuación, analicemos algo que, como la originalidad, no es un requisito indispensable para sentarse a escribir: la inspiración.

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Lo que lees es parte de la serie «El oficio de escritor», dedicada a hablar del proceso de escritura y todo lo que él atañe: miedos, bloqueos, procesos, métodos y, en general, un puñado de no muy malos consejos sobre cómo afrontar ciertas partes de la vida. Puedes seguir el hilo de la serie continuando al siguiente artículo o visitando el anterior si aún no lo leíste.

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¿Mala noticia? ¡Para nada! Es más, es una maravillosa: puedes quitarte ese peso de encima: la originalidad no existe.

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10.

Nadie debería hacerle ascos a una buena dosis de inspiración, pero (otra buena, buenísima noticia) la inspiración no es algo indispensable para escribir.

Ejercicio: «Discutiendo la originalidad».

Vamos a echarle un vistazo a ese corto que os he comentado antes. Se trata de «2×2», algo que rodé hace ya casi una década (que se dice pronto). Quiero que analicéis cuál es su grado de originalidad y que, si podéis, le saquéis cuantos paralelismos seáis capaces en relación a otras historias que hayáis visto de la misma guisa.

Podéis recurrir a la estructura que vimos en el primero de los ejercicios (quién hace qué cómo, cuándo y dónde y por qué) para hacer un breve análisis de la obra.

Podéis (deberéis) analizar su originalidad (o su falta de ella) desde el punto de vista de la forma (la estructura del cortometraje) y del fondo (el contenido del cortometraje). Es obvio que no es necesario analizar ciertos elementos que aún están por ser aprendidos (la trama, la construcción del personaje y su arco, la necesidad dramática, por decir algunos de ellos), pero es momento de que vayáis pudiendo hablar de las obras de otros en función del que sea vuestro análisis —el que os sintáis capacitados para hacer en este momento— para algún día poder hacer —tanto en prospectiva como en perspectiva— el análisis de vuestras propias obras. Pensad, cuando estéis analizándolo, no sólo en lo que la historia cuenta en sí mismo, sino en las circunstancias en las que dicha historia se presenta. Y haceros una pregunta al terminar: ¿Qué habría cambiado que los personajes hubieran tenido un miembro cibernético o un ojo biónico?

Como resultado espero que escribáis un texto — la longitud no es importante si el contenido es lo suficientemente bueno — pero os lo devolveré — y tendréis que repetirlo — si el análisis no es lo suficientemente profundo o está lo suficientemente sustentado sobre razones y reflexiones que, al respecto, queráis compartir conmigo.

¡Espero vuestros trabajos!

Y recuerda: sea lo que sea que quieras escribir, ya lo hizo otro antes; sea lo que sea que vayas a opinar, seguramente ya lo opinó otro antes. Así que opina sin miedo. Para mí será un placer recibir todas vuestras opiniones, cuanto más críticas (ya sean constructivas o destructivas) mejor. Así que expláyate. No me importa tu opinión sobre (la originalidad de) mi obra. Me importa que seas capaz de analizar y de sustentar tu análisis al respecto de ella (poniendo el foco, recuerda, en su originalidad —o falta de ella).

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Ibai Fernandez
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