¿Qué tal si todos se equivocan?

¿Qué tal si todos se equivocan? · El oficio del escritor · Ibai Fernández

Todos tenemos derecho a estar equivocados. Es más, yo diría que es un deber moral, ya que se trata de la forma más fácil y directa de garantía de aprendizaje.

Todos tenemos el derecho a estar equivocados. Es más, yo, más que derecho, diría que es un deber moral. Y es que pensar que estamos equivocados es, de entrada, la forma más fácil de garantizar alguna suerte de aprendizaje —porque, por lógica, buscaremos (exploraremos) aquellos caminos que nos lleven a no estarlo. 

Cuánto más a la hora de dar magistrales consejos al respecto tanto de perder el miedo a la hora de escribir como al respecto de cualquier otra cosa que ocurrírsenos pudiere. Los únicos que sabemos —o que creemos saber y sobre lo que no obstante podemos estar maravillosamente equivocados— qué paradigmas van a funcionar con nosotros mismos a la hora de afrontar un miedo somos (¡oh, sorpresa!) nosotros mismos.

Es por ello que creo que el mejor camino a la hora de perder un miedo —cualquiera, no sólo el que se tiene a la hora de escribir— es que, en lugar de basarnos en esos consejos estándar y pret-a-porter que, ojo, probablemente a más de uno le funcionen, comencemos a analizar las bases fundacionales de nuestros miedos. Es entonces cuando no sólo aprendemos a vencerlos, sino que también aprenderemos de ellos: tanto de los propios miedos como de los paradigmas que nos ayudaron a conquistarlos como forma de conocernos mejor y, por tanto, de ser capaces de afrontar otros miedos —y de encontrar otros paradigmas que nos ayuden con ellos (o de encontrar— explorar —nuevas formas de explotarlos). 

¿Complicado? No lo es tanto, os lo aseguro.

Contemplémoslo así: ¿Por qué no pensar que todos nos equivocamos?

La verdad absoluta es algo que, con poca observación que hagamos de nuestro alrededor, debería darnos la más atroz de las alergias.

Quien diga tenerla es más que probablemente un fanático, un tarado… o una mezcla de ambas (a fin de cuentas hay que estar un poco tarado para desarrollar fanatismo con algo, ¿no creéis?). ¿Cómo tener la verdad absoluta en un mundo que percibimos a través de algo tan sesgado como lo son nuestros propios sentidos y que analizamos a través de algo tan —en principio— limitado como es nuestro cerebro? La verdad, cada verdad, es nuestra verdad o la verdad de otros. Podemos compartir esa verdad, podemos defender esa verdad, podemos entregarla o hacer bolas de masa de pan con ellas y lanzarlas más allá del muro que separa nuestra casa del mundo exterior.

De la misma manera, nuestras voces se entrelazan con nuestra verdad, la cual no vale ni más ni menos que ninguna otra desde un punto de vista epistemológico. Wait a minute! ¿Epistemo… qué? Epistemológico.

La epistemología es una parte de la filosofía que estudia los principios, los fundamentos, la extensión y los métodos del conocimiento humano.

Es una forma —muy cursi, por cierto— de decir que aquí no estamos juzgando la verdad. Estamos, de hecho, considerando que todos se equivocan, así que no puede haber una buena verdad. Y como no puede haber una buena verdad, tampoco puede haber una mala verdad ni la puede haber mejor o peor que otra. No estamos evaluando la dimensión moral o estética de la verdad. Estamos simplemente tomando conciencia de ella, permitiéndonos ver que existe y asumiéndola bien como propia o bien como ajena.

Ahora vuelve a leer todo eso. Pero donde veas que he escrito «verdad», tú lee «voz». Y, recuerda gritar bien alto:

«Ésta es la mía».

¿Qué opinión te merecen estas reflexiones? Recuerda que nada me haría más feliz que saber qué piensas al respecto, lo cual puedes compartir con un comentario o enviándome un correo y comentándote qué te pareció. 

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La originalidad es algo sobrevalorado —o relativamente inexistente. Más que perseguirla incesantemente, te recomiendo: «Encuentra tu voz».

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Nuestra voz no es buena ni mala ni mejor ni peor. Es una voz y, como todas las voces (como todas las verdades) merece ser tenida en cuenta.

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