Pronto me estrenaré como novelista publicado con Un final para su final, publicada por Editorial Círculo Rojo y a estrenar en junio (o julio) de 2021. Estará disponible en formato físico y en ePub. Es una novela —quizás por ser la primera que voy a publicar– a la que le tengo más cariño de lo que quizás debería (y es que sé que mejores historias y mejores palabras están por llegar).
Os dejo aquí, de mientras, con el prólogo de la novela, escrito por Reyes Ordóñez, a quien no tengo por qué presentar ya que ella lo hace muy bien por su propia cuenta en las siguientes líneas. Que las disfrutéis.
Querido lector:
Tiene ahora mismo en sus manos una obra literaria que, seguro, no le dejará indiferente. Por un lado, la historia de un viaje al abismo personal de Arturo, el protagonista; un viaje que es un descenso a los infiernos de su propio yo, de donde es bien difícil encontrar el camino de retorno. Y, por otro, una obra magistralmente escrita, con un dominio del lenguaje que ya quisieran muchos escritores, traductores, periodistas y blogueros tener para sí. Una prosa ágil, cargada de diálogos que el autor bien aprovecha para hacer una crítica a la hipocresía de la sociedad actual (o también la pasada o futura); a la mala gestión de las autoridades de no importa dónde, porque siempre es igual; o a la testarudez de al que ya nada le importa porque no tiene nada que perder. No le tiemblan los dedos sobre el teclado —y eso está bien—. La literatura debe servir para deleite, pero a la vez debe ser útil (dulce et utile) y, aparte de en el cine, no veo una forma mejor de hacer llegar a todos los rincones del mundo aquello que uno considera digno de ser compartido.
Sin prisa, pero sin pausa. Así fue como me decidí a enfrentarme por primera vez a Un final para su final. Como alumno mío que fue, no pude evitar ponerme Apple Pencil en mano, con postura de correctora y algo reticente, porque si me hubiera encontrado algo que no me gustara no hubiera sabido cómo haberlo dicho. Poco a poco —y sin darme cuenta—, estaba inmersa en la lectura y solo señalando pasajes muy poéticos que contrastaban con la brutalidad y lo prosaico de los diálogos. Y es que hablar de lo uno es hablar de lo otro cuando de esta obra se trata, con una miríada de figuras retóricas magistralmente trazadas —metáforas, anáforas, paralelismos— además de un uso sublime del futuro de subjuntivo que a nadie puede dejar indiferente.
¿Y por qué me llama tanto la atención esta novela? Para responder a esto me tengo que ir a mi historia personal con el autor. Fui su profesora durante varios años, primero de Inglés y después de Lengua y Literatura. Lo recuerdo como un joven entusiasta, como un abejorro revoloteador que iba por el colegio transmitiendo alegría, positividad y —como ahora se dice— «buena vibra». Lo recuerdo con su uniforme y su neat haircut mientras me cantaba y bailaba con entusiasmo: «Head, shoulders, knees and toes, KNEES AND TOES!» en los jardines del colegio. Aunque hayan pasado muchos años (él mismo me recordó el otro día cuántos y me parecieron demasiados) y aunque haya mucha distancia geográfica de por medio, Ibai es de los alumnos que no te dejan indiferente y que siempre recuerdas con alegría y cariño. Pasaron años, tuve hijos (muchos) y, un buen día, reapareció totalmente cambiado.
Y es que no puedo evitar ver reflejado en esta obra tanto a ese niño como a ese joven; al idealista, espontáneo y sincero que recuerdo; aquel que vino un día a clase, años después de haber terminado su paso por el colegio, a compartir conmigo su entusiasmo ante el movimiento del 15-M y a despedirse porque «se iba a vivir el mundo». Y es el contraste entre ese Ibai que recuerdo —tanto en su etapa de alumno como en su aparición como exalumno, todo lleno de pinchos y tatuajes, y entusiasmado con el Movimiento de los Indignados de mayo de 2011— con este Arturo que sale de su cabeza —ese viejo decrépito, testarudo e insensato que ha llegado a tal punto de su vida, o de su muerte, que no tiene nada que perder— que convierte a esta historia y a su visión de ella en un elemento literario imprescindible para todo tipo de lector.
Después de la aparición explosiva de aquella mañana en la escuela ya convertido en ese perrofláutico exalumno no supe de él hasta 9 años más tarde: 2020, plena pandemia mundial. En mitad de un brutal confinamiento que nadie podría haber esperado, me empieza a vibrar el móvil; un número desconocido, mensajes de los que pienso: «¿Es un exnovio inoportuno? ¿Quién es este? ¿Y por qué se hace el misterioso?». Hasta que al final me desvela su identidad. ¡Qué alegría más grande! Una vez más, Ibai supuso un soplo de alegría para mí. Pero entonces… ¡cuidado! Me hace llegar este Un final para su final y me encuentro con un escritor que, a pesar de su juventud, sabe trazar a la perfección a un personaje viejo, caduco, cansado y desencantado de la vida al que todo le trae ya sin cuidado. Un antihéroe, un Ignatius Ralley de viejo, un Quijote que camina sin luchar por ningún ideal caballeresco, pero que, aun así, por una fracción de segundo parece haber encontrado parte de su sueño de juventud.
Como en su momento le escribí:
«Leo mucho, Ibai. Leo sobre todo novela negra. Me gustan los escandinavos; pero he desistido de leerlos, ¿sabes por qué? Por las traducciones tan horribles con las que me encuentro. Libros de éxito, muchos de ellos que no le llegan ni a la suela de la sandalia en calidad literaria a esta novela tuya, ni en el esmero del lenguaje ni en las figuras poéticas… Y ese uso del futuro de subjuntivo, ¡por Dios! ¡Qué maestría!».
En cierta medida, el antihéroe de Un final para su final me recuerda a Ulises en su retorno al hogar. Ese hogar que mantiene un leve pabilo encendido en su corazón y que se convierte en el motor de su decadencia. Y los personajes que se encuentra en su camino bien podrían llenar las páginas de un libro cada uno de ellos. Especialmente Irene, tan llena de vida, dulzura y esperanza, en todos los sentidos.
Por otra parte, también enamora el hecho de que, cuando de Un final para su final se refiere, no solo de contar una historia sin más se trata. Es el disfrute en el uso y manejo de las palabras; en la disposición de los párrafos; en el juego antojadizo del lenguaje; en la poesía en la prosa. También, incluso, a veces, había fragmentos que se me antojaban detrás de una cámara y en los que casi podía ver las manos, los ojos y los labios del director repitiendo de memoria lo que tenían que hacer sus actores en cada escena en concreto.
No sé hasta qué punto Ibai será consciente de la magnitud de su obra. Quiero pensar que, cuando me la mandó, sabía lo mucho que me iba a gustar y que fue por eso y solo por eso que, tras tantos años sin contactar conmigo, quiso compartírmela. Quizás, padre orgulloso del hijo que ha parido, vino a enseñármelo para que viera lo guapo, rollizo y hermoso que es.
Ya se lo hice prometer firmemente en mi última despedida: que no sea Un final para su final el único hijo que viene a enseñarme. Que su madera de escritor sirva para levantar muchos otros.
Qué más decir, pues, de lo mucho que he disfrutado esta novela. Felicito de corazón a su autor y espero que siga escribiendo y que siga haciéndome partícipe de sus letras a cuantos kilómetros quiera estar y a cuantos kilómetros quiera perderse.
Hoy, a 9.000 km de distancia —que no es poco— desde una primavera malagueña con olor a azahar, le sigo diciendo lo que le he dicho siempre: «Nulla dies sine linea». Porque sus letras siempre merecerán la pena.
Reyes Ordóñez Arenas