Nuestra voz no es buena ni mala ni mejor ni peor. Es una voz y, como todas las voces (como todas las verdades) merece ser tenida en cuenta, tomada en constancia y asumida como propia (o ajena). Merece su lugar.
.- Ibai Fernández Tuitéame
Una vez me planteé: «¿Quién le discutiría de física a Einstein?» Luego, yo mismo pensé: «Pues, seguramente, si no hubiera habido nadie que le discutiera, no podría haber llegado a los postulados que llegó. Quizás le discutieron sus alumnos o sus eminentes colegas científicos. A lo mejor fue su esposa la que en algún momento le discutió o puede que alguno de sus hijos; o quizás otros parientes. Quizás se discutía a sí mismo porque Einstein era mucho Einstein y seguro que lo limitado de su cerebro le daba para tener una buena caterva de diferentes Einstein con los que discutir. Seguramente la Ciencia ya se haya encargado de argüir en contra de los postulados que en su día enunció Einstein o quizás en 100, 500 ó 1.000 años se encargue de hacerlo.» La verdad de Einstein es una verdad quizás apabullante —en términos de cercanía con lo que podríamos definir como el ideal de verdad absoluta (ojo, aquí la palabra «ideal» es la clave)—, pero quizás para llegar a ella, de hecho, le hizo falta contrastarla con la verdad de otros, verdades en cada caso mucho más alejadas del ideal de verdad absoluta que lo estaba la verdad de Einstein (en lo que a física se refiere).
Pero, recordemos, aquí no estamos haciendo juicios. Aquí no hay «ideal de verdad» cuando de encontrar nuestra verdad se trata. Y cuando hemos de expresar dicha verdad —la que nos pertenece—, necesitamos ponerle una voz. Por tanto:
«Nuestra voz será reflejo de nuestra verdad.»
Entonces, ¿necesito tener una verdad para tener una voz? ¡Desde luego que sí! Pero lo más emocionante del caso es que ya tienes tu verdad. Tienes sentidos por los que percibes qué ocurre a tu alrededor y tienes un cerebro que procesa esa información que recibes. Ésa es tu verdad: el cúmulo de herramientas y el proceso que llevas a cabo con ellas para ser parte del mundo que te rodea.
Y si tengo una verdad, ¿tengo una voz? Por supuesto que también. Ahora bien, aquí el tema es que decidas levantarla y decir: «Ésta es mi voz». Y si tienes miedo a levantarla… lo más que te puedo recomendar es que leas todo lo que hemos comentado al respecto del origen de los miedos y te preguntes al respecto del miedo subyacente que te impide levantar tu voz. Seguro que encuentras algunas conclusiones asombrosas. Y quizás, con suerte, te animes, por fin, a levantar la tuya.
¿Qué tal si con ese ánimo intentas ahora —si no lo has hecho ya— el ejercicio que te propuse en el primer artículo de esta serie? ¿Todavía no? Bueno, tengo más que ofrecerte. Pero antes hablemos de algo verdaderamente serio… ¿Cómo prefieres el pescado?
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Lo que lees es parte de la serie «El oficio de escritor», dedicada a hablar del proceso de escritura y todo lo que él atañe: miedos, bloqueos, procesos, métodos y, en general, un puñado de no muy malos consejos sobre cómo afrontar ciertas partes de la vida. Puedes seguir el hilo de la serie continuando al siguiente artículo o visitando el anterior si aún no lo leíste.
Tenemos derecho a estar equivocados. Es más, yo diría que es un deber moral, ya que se trata de la forma más fácil de garantizar aprendizaje.
El miedo a escribir es el miedo a enfrentarnos a nosotros mismos, a no ser capaces de preservar nuestra identidad.