Bienvenidos a este pequeño viaje llamado «El oficio de escritor». Soy Ibai Fernández y os voy a acompañar a lo largo del mismo con dos objetivos principales: desproveernos del miedo al folio en blanco y cristalizar, precisamente, la pérdida de ese miedo en cualquier tipo de escrito, de cualquier extensión, temática y género.
Podría haber construido este viaje en vídeo, sí, pero he decidido no hacerlo. ¿Por qué? Porque, cuando de escribir se trata, una de las mejores formas de aprender a hacerlo es leyendo lo más posible. Además, de otro modo, pensadlo de antemano: si no podéis tomaros el tiempo para leer lo suficiente… ¿Cuándo (y cómo) vais a poder tomároslo para escribir?
Si algo requiere la escritura —además de constancia y dedicación— es de tiempo. Y no sólo de tiempo para escribir, sino también tiempo para pasear y observar —la mayor fuente de inspiración está en aquello que nos rodea— para pensar e imaginar acerca de lo que sea que vais a escribir, tiempo para tomar notas y para repasarlas, tiempo para repasar lo que hemos escrito una y otra vez… e incluso tiempo para asumir que debemos descartar cosas que en un primer momento pensábamos que eran geniales pero que después de cierto tiempo volvemos a leer… y ya no nos lo parecen tanto —y, por tanto, tiempo para descartarlas y comenzar con ideas nuevas.
Como carta de presentación a nivel personal, podéis empezar echándole un primer vistazo a mi primera novela una vez termine de ser publicada. Al día que escribo esto —o que lo repaso, mejor dicho— estoy todavía enviando correcciones de la primera galerada a la editorial. La novela se llamará Un final para su final y la editorial será Círculo Rojo. También podéis echarle un vistazo a mi trabajo como comunicador en The IF Show o como guionista, productor y director de cine en 2×2 o Noche sin mañana, por ejemplo.
Para los que creáis que los títulos dicen más sobre uno mismo que el trabajo que uno mismo realiza, os diré que me licencié en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Málaga, que hice cursos de Comunicación Intercultural en la Haagse Hogesschool de La Haya (Holanda) y de Producción y Gerencia de los Medios de Comunicación en la Missouri State University y que posteriormente cursé Interpretación Textual en la Escuela Superior de Arte Dramático de Málaga —que no llegué a terminar, no obstante—, obtuve un máster en Psicopedagogía de la Lengua Española y su Literatura por la Universidad de Salamanca y he cursado cursos en Design Thinking a través del MIT y de Marketing Digital a través de la UEES.
Profesionalmente me he desempeñado, principalmente, como fotógrafo, comercial en diversos campos, como productor, realizador y editor audiovisual y desde hace unos años como mercadólogo digital con mi propia agencia, AGLAYA · Marketing e innovación digital, diseñador web y emprendedor, principalmente.
Pero creo que lo más importante sobre mí —y lo que me habilita a poder enseñaros esto que quiero enseñaros y que aquí podéis aprender— es el intenso romance que desde muy jovencito he mantenido respecto a la posibilidad de contar historias —respecto a lo que siempre he tenido una gran habilidad para hacerlo de forma casi innata—, de consumirlas y, por supuesto, tanto desde un punto de vista como desde el otro, disfrutarlas.
En cualquiera de sus formas —literaria o audiovisual (por poner algunos ejemplos), en forma de videojuegos o incluso a nivel comercial, con toda la necesidad que hay a día de hoy en relación a que cada negocio y las marcas que los representan cuenten cada uno su historia particular— y como a tantísimos otros millones de personas no sólo a día de hoy —en el que la oferta de dichas historias es tan masiva en cantidad como diversa en naturaleza— sino durante la historia de la humanidad, el ser humano, ante todo, se ha diferenciado tanto por ser capaz de contar historias (reales o inventadas) como por poder ser absolutamente absorbido por ellas de modo tal que durante el consumo de las mismas muchas veces entramos en una suerte de estado de trance en el que sólo nos preocupa esa misma historia que estamos consumiendo y nada más. Es el poder religioso de la narrativa; poder que, convendremos todos, es universal.
Además, lo anterior, para ir abriendo boca, es —o podría ser considerado— otro de los grandes milagros que hacen humanos a los humanos: la posibilidad de inventar —que no es otra, de hecho, que la posibilidad de mentir—, la posibilidad de tomar conciencia tanto de nosotros mismos como de otras personas —reales o no— en mundos y universos distintos —que bien pueden ser reales o simplemente productos absolutos de nuestra imaginación— en tiempos pasados, presentes y futuros; de poner en tela de juicio todo lo que nos rodea a través de la posibilidad de imaginarnos fórmulas en las que rompemos las leyes naturales, sociales y psicológicas (por citar algunas de ellas) que está a nuestro alrededor; planos de realidad paralelos que los humanos tenemos la posibilidad de crear, concebir, describir y en los que podemos operar con un solo ejercicio: el de la imaginación.
Aprender a escribir, describir y comunicar estos espacios, tiempos y planos (ya sean los de nuestra realidad o paralelos a ella) con todos los componentes que éstos puedan incluir es a mi juicio, repito, uno de los mayores milagros de los que el ser humano puede disfrutar día a día. Un verdadero don divino para aquellos que crean en la divinidad que sea. Y una casualidad milagrosa de la Madre Naturaleza o de Papá Destino para aquellos que no crean en lo primero pero quizá sí en lo segundo.
Sea lo que sea que queráis acabar escribiendo (un cuento, una novela, un ensayo, un obra de teatro o un guión de cine), espero que esto que tengo para compartir os sirva (y, en cierto modo, incluso, os inspire). Y es que todas esas formas citadas de narrativa comparten esa cualidad casi divina que hace de las historias bien narradas el principal punto en común que todas las culturas comparten —a expensas del de haber sido desarrolladas todas ellas, precisamente, entre seres humanos.
Del uno al otro confín del planeta desde el comienzo de los tiempos, el ser humano ha sido capaz de crear historias, de compartirlas y de consumirlas. Y siempre —a lo largo de todo ese espectro geográfico e histórico— han causado la misma fascinación.
Podríamos, de hecho, si hiciéremos un estudio etnográfico, observar cómo existe una cantidad innumerable de paralelismos entre ellas —las diferentes culturas, me refiero— sin importar de cuál —o de qué momento histórico— procedan. De hecho, si cada uno de nosotros pensamos en tres o cuatro historias —reales o ficticias, tanto da— que nos hayan causado esa misma fascinación de la que hablo, podremos empezar a deshilvanarla en un conjunto de hilos que serán los que acabemos usando en nuestras propias narraciones. Y, siguiendo con la metáfora textil, no importa de qué época sean esas historias en las que hemos pensado, todas ellas nos sobrecogen por igual porque hablan de nosotros mismos, de los seres humanos, de las formas en las que pensamos, sentimos y actuamos, pues a eso acaba reduciéndose todo tanto en nuestra vida «real» como en las vidas «no tan reales» de aquellos personajes que tienen cabida en las historias que imaginamos, creamos y consumimos, en las que disfrutamos e, incluso, en las que finalmente idolatramos.
Lo que lees es parte de la serie «El oficio de escritor», dedicada a hablar del proceso de escritura y todo lo que él atañe: miedos, bloqueos, procesos, métodos y, en general, un puñado de no muy malos consejos sobre cómo afrontar ciertas partes de la vida. Puedes seguir el hilo de la serie continuando al siguiente artículo o visitando el anterior si aún no lo leíste.
El miedo a escribir es el reflejo de otro miedo subyacente que es el que verdaderamente hemos de descubrir y combatir para poder vencer.
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Para empezar este viaje te propongo un ejercicio de calentamiento.
Escoge tres historias —las que quieras, las que más te apasionen o disgusten, tanto da, sin importar si son historias reales o ficticias— y aplica «el principio de las 5 W». O dicho de otra manera, elabora una tabla que, en función de cada una de las historias elegidas responda a las siguientes cinco preguntas:
- ¿Quién toma parte en la historia?
- ¿Qué hacen esas personas o esos personajes?
- ¿Cuándo tiene lugar la historia?
- ¿Dónde tiene lugar la historia?
- ¿Por qué ocurre lo que ocurre en esas historias?
El resultado podría ser algo así como:
A continuación se viene una tabla. Lamentablemente, es imposible de cuadrar para que pueda ser leída con comodidad en teléfonos móviles, por lo que la he ocultado para dichos dispositivos. Quizás si pones el móvil en horizontal puedas verla. De otro modo, por favor, utiliza una tablet o un ordenador.
Los tres cerditos | Caperucita | Elecciones nacionales | |
¿Quién? | Tres cerditos y un lobo | Una niña, su abuela, un lobo, un cazador | Candidatos, ciudadanía, prensa, organismos oficiales, gabinetes de prensa, partidos políticos |
¿Qué? | Construir casas de diferentes calidades, destruir dichas casas, tratar resistir a dichos intentos de destrucción, perecer a ellos, echarse a correr a la siguiente casa, elaborar u plan de ataque alterativo, elaborar un plan de defensa, llevar a cabo el plan de ataque, llevar a cabo el plan de defensa, resistir, rendirse. | Enfermar, preparar una cesta de alimentos, pasearla a través de un bosque, avistar a una presa, preparar un plan de suplantación de identidad, llevarlo a cabo (lo que implica comerse a una presa), llevar un paquete a su destino, engañar a una niña, indagar un misterio, representar una amenaza, convertirse en víctima, evadir el peligro, huir, pedir ayuda, recibir ayuda, recuperar la tranquilidad, restablecer el orden, volver a casa. | Postularse, asistir a debates, dar mítines, asistir a reuniones, asistir a debates, hacer publicidad, presentarse en lugares, comprobar que todo sea legal, preparar los colegios electorales, distribuir publicidad, apoyar a los compañeros, apoyar a los candidatos, pelearse entre sí, aparecer en medios, calumniar, protegerse, evitar el fraude y la corrupción, ir a votar, elegir un ganador, declarar un ganador, informar de lo que está pasando… |
¿Cuándo? | En un momento imaginario en el que los cerdos saben construirse casas de un modo inmediato y en un lapso de tiempo imaginario no muy prolongado | En un tiempo imaginario en el que los lobos dominan el arte del disfraz hasta el punto en el que una nieta confundiría a su abuela por uno de ellos y en un lapso de tiempo o muy prolongado | Cada cierto período de tiempo durante un tiempo concreto que indudablemente siempre se prolonga más de lo necesario |
¿Dónde? | En un lugar imaginario en el que los arquitectos no existen ni los permisos de obras tampoco | En un bosque habitados por lobos superdotados en cuyas lindes se sitúan varias casas: las de Caperucita, la del cazador y la de la abuela de Caperucita | En cualquier país «democrático» |
¿Por qué? | Porqué de alguna forma se nos tenía que ocurrir enseñarle a los niños el valor del esfuerzo, del perdón y de la unidad frente a un enemigo externo | Porque de alguna forma se nos tenía que ocurrir enseñar a los niños a tener cuidado con las apariencias y a temerle a una representación maligna | Porque de alguna forma se nos tenía que ocurrir ordenar la sociedad para que tengamos sociedad de que nosotros elegimos lo que pase en el lugar en el que vivimos |
En este ejemplo podemos ver con claridad cómo dos historias absolutamente ficticias —fábulas, de hecho— y una absolutamente real comparten elementos en común; las razones de ser de estas historias, por diferentes que sean —como diferentes los grados de su realidad— son las mismas: todas ellas tienen un objeto, un sujeto, unas circunstancias y una razón.
Cuando vemos a través de este paradigma la vida, el mundo —y lo que en ambos ocurre—, siempre encontraremos los mismos pilares que sustentan cada uno de los sucesos que tienen lugar a nuestro alrededor, ya sea que seamos protagonistas, personajes secundarios o incluso sólo testigos.
¡Pruébalo! Busca a tu alrededor el objeto, el sujeto, las circunstancias y la razón de todo aquello que es parte —más o menos distante— de tu vida. Ya verás que por mucho que nos podamos empeñar —porque en esto los humanos somos absolutos genios— en complicar las cosas, todo acaba cayendo en una estructura tan simple como las que acabamos de analizar.
Bien, pues si ya os ha entrado el gusanillo por aquello que tengo que ofreceros, es hora de que comencemos este viaje. Un viaje que tiene como objetivo principal, ya lo sabéis, perder el miedo a escribir.
El miedo es nuestro mayor enemigo, como escritores y como seres humanos. Lo importante del miedo es saber que muchas veces la fuente de nuestros temores señala a una fuente de miedo subyacente que, sin embargo, identificamos con esa fuente primaria (más que con la verdadera razón subyacente. En definitiva, podríamos resumir esto diciendo que el miedo no nos lo da el saltar de un avión que se encuentra a muchos metros de altura sobre la superficie terrestre, sino que lo que nos lo da es la posibilidad de que el paracaídas no se abra, nos estrellemos contra el suelo y lo último que nos pase por la mente sean nuestras rodillas (sí, esto lo he robado de Mission: Imposible – Fallout). Incluso, en este caso, no es el miedo a estrellarnos, sino es el miedo a la muerte, el más natural de los miedos y lo que, en tanto que seres humanos, nos aviva eso llamado «espíritu de supervivencia» que hace, por ejemplo, que miremos a ambos lados de la carretera antes de cruzarla o que nuestro cuerpo se paralice a medida que tratamos de acercarlo a un precipicio tras el cual nos podrían esperar muchísimos metros de caída libre. E incluso bajo el miedo a la muerte subyacen otros miedos como el de dejar de tener posibilidades para experimentar más sucesos de nuestra propia vida o de las vidas de otros humanos a los que queremos y con los que guardamos estrecha relación —a expensa, por supuesto y por ejemplo, del miedo de hacer sentir a dichas personas nuestra marcha y ausencia.
Como escritores y escritoras, nuestro miedo es un miedo tan común como lo es el miedo a la muerte, pero mucho menos publicitado: es el miedo al fracaso en todas las formas subyacentes en las que dicho miedo se nos pueda presentar. De ese miedo subyacente —y de esas derivaciones— será de lo que hablemos al tratar de algunas de las fórmulas que os presentaré para que le perdamos temor al folio en blanco. Revisaremos, igualmente, algunas de las técnicas más y menos famosas para dejar de sentir ese bloqueo que, como el que comentábamos antes que podemos llegar a sentir en el filo de un precipicio, a muchos de nosotros nos ha producido, produce o producirá el enfrentarnos a un folio en blanco. Visitaremos algunas fuentes de inspiración que nos pueden ayudar a combatirlo y, finalmente, aprenderemos la técnica más vieja de todas las técnicas requeridas por todo aquel que se quiera enfrentar a la ardua labor de contar una historia: tomar notas… y leerlas, por supuesto.
Lo que lees es parte de la serie «El oficio de escritor», dedicada a hablar del proceso de escritura y todo lo que él atañe: miedos, bloqueos, procesos, métodos y, en general, un puñado de no muy malos consejos sobre cómo afrontar ciertas partes de la vida. Puedes seguir el hilo de la serie continuando al siguiente artículo o visitando el anterior si aún no lo leíste.
El miedo a escribir es el reflejo de otro miedo subyacente que es el que verdaderamente hemos de descubrir y combatir para poder vencer.