Casa Tomasa: ¡Terror en el AirBnB!

Casa Tomasa Bogotá Terror en el AirBnB

¿Pensando en reservar Casa Tomasaaka El Refugio de Verona— en Bogotá? ¡Corre! Pero corre bien lejos.

Lo que sigue no es una simple reseña: es el testimonio de un infierno inmobiliario con forma de hospedaje, una advertencia escrita con teclas que aún chirrían del trauma padecido.

Casa Tomasa —también conocida como El Refugio de Verona— ha sido, sin matices, la peor experiencia que Món Mont y yo hemos vivido en AirBnB desde que comenzamos nuestras andaduras como nómadas digitales.

Así que, si te importa tu privacidad, tu descanso, tu bolsillo, tu conexión a internet o el más mínimo atisbo de dignidad como huésped, este artículo es para ti —pero el alojamiento en él descrito… definitivamente no—.

Léelo antes de que termines compartiendo techo con desconocidos, escuchando martillazos mientras intentas trabajar o atrapado en una casa que se cae a pedazos… tanto figurada como literalmente.

¿Una casa completa? El primer gran engaño

La experiencia que hemos tenido —o más bien, el monumental disgusto que hemos sufrido— en Casa Tomasa (alias El Refugio de Verona) ha sido, sin exagerar, una de las más flagrantes y frustrantes que se pueden vivir en AirBnB.

Todo comenzó con una propiedad listada en la mencionada plataforma, anunciada en ella como vivienda completa (full house) con cinco habitaciones y dos baños privados, ideal para quienes buscamos privacidad, comodidad y un espacio donde, como los nómadas digitales que somos Món Mont y yo, trabajar y descansar sin sobresaltos.

Pero lo que encontramos fue una casa compartida mal distribuida en tres niveles, donde tuvimos que pelear por, cuanto menos, tres de las cinco habitaciones que, en principio, teníamos la confianza de haber arrendado a través de AirBnB, en una negociación con la hija de la propietaria del inmueble que no solo fue incómoda sino también, incluso, llegó a ser violenta.

Todo ello para acabar teniendo que conformarnos con dos cuartos en el segundo piso y uno más en el de arriba, una planta, además, habitada por lo que vinimos a calcular como media docena de seres humanos —entre ellos, los propios dueños de la propiedad que, no obstante y a cambio, nunca estaban cuando se los necesitaba—.

El segundo baño, ese que inicialmente creíamos que sería solo para nosotros, resultó ser un baño compartido con todos los habitantes del tercer piso. Privacidad, pues, cero. Y lo peor es que todo esto se nos «concedió» como si de un favor se tratara, cuando lo que habíamos pagado por adelantado anunciaba condiciones completamente distintas.

  • 👉 ¿El resultado? Engaño, estafa y amarga decepción.
  • 👉 ¿El precio? Nada barato, por cierto. Pero, claro, uno paga lo que cree estar contratando, no por una versión distorsionada y mal gestionada de lo que listan en AirBnB.

Y lo peor es que esto fue solo el principio.

¿Apto para fumadores? «Os subís a la azotea, ¿sí?»

El segundo gran desencuentro no tardó en encenderse: el tema del tabaco.

En la descripción del anuncio en AirBnB, Casa Tomasa figuraba como un alojamiento apto para fumadores. Pero en la realidad alternativa y distópica de este alojamiento, eso, al parecer, significaba:

—Para fumar… os subís a la azotea, ¿sí?

Si tengo que subirme al tejado cada vez que quiero fumar… entonces, para eso, me salgo a la calle directamente, ¿no? La gracia de un espacio habilitado para fumadores es, precisamente, que se pueda fumar dentro del inmueble. Por lo tanto, apto para fumadores… pues sí, pero a la fuerza, comunicándolo a la hija de la propietaria casi como si de una amenaza se tratara… ¿o fue, de hecho, una amenaza?

Así, este detalle, menor quizás para quienes no fumáis, fue el segundo punto de esa primera (y acalorada) discusión con la hija de la propietaria, quien, para entonces, ya era la vocera del caos, subiendo escaleras a buscar respuesta y bajando a repartirlas.

Y, siguiendo con la metáfora y como si no fuera suficiente, las irregularidades no tardaron en acumularse como capas de humo mal ventilado.

  • 👉 ¿Publicidad engañosa en Airbnb? Claramente.
  • 👉 ¿Ambigüedad maliciosa en la redacción del anuncio? También.
  • 👉 ¿Sensación de estafa tras estafa? Apenas estamos calentando.

Bienvenido al trastero: cuando tu AirbBnB se convierte en bodega

Si entrar a tu alojamiento te toma más tiempo que abrir una caja fuerte del Banco Central y es más peligroso que caminar por la militarizada frontera que divide las Koreas… algo debe estar mal.

La entrada de Casa Tomasa desde la calle era una gynkana de llaves, cerrojos y cerraduras que podría hacerte creer que estás entrando a una base militar.

Entendemos la importancia de la seguridad —especialmente en Bogotá—, pero cuando incluso con el llavero completo te toma cinco minutos acceder al inmueble, el problema no es la precaución, es… ¿el delirio colectivo?

Pero eso no fue lo peor, no.

La planta baja —ese umbral al que cualquiera esperaría llegar y poder decir «¡Por fin en casa!»— parecía una zona de guerra mal rematada.

Trastos por todas partes, barras metálicas apiladas, maderas colgando amenazantes desde estanterías improvisadas a la altura de la cabeza… y ninguna señal de orden o higiene.

Casa Tomasa Bogotá Terror en el AirBnB
Los peligros estructurales que nos recibieron el primer día

La persona que nos recibió, que no era ni la propietaria ni la anfitriona virtual con la que habíamos hablado, soltó una explicación digna del más puro realismo mágico:

—Es que tuvimos que hacer una mudanza «hace poquito».

Ajá. Claro. Pero «hace poquito» no era «hace poquito». «Hace poquito» en realidad significaba que la mudanza seguía en curso. Y más aún: que esa planta baja funcionaba como bodega improvisada, trastero de paso y quién sabe si como centro logístico de una PYME de transportes.

  • 👉 En vez de una bienvenida cálida, nos topamos con un campo minado de objetos.
  • 👉 En vez de una casa funcional, un espacio que parecía más un set de demolición que un lugar para alojarse.

Y lo más alarmante de todo es que esta escena no fue algo puntual del primer día. Durante semanas enteras vimos cómo se acumulaban objetos, se descargaban muebles, y se alteraba el espacio sin ninguna consideración hacia quienes —teóricamente— lo habían arrendado como vivienda temporal.

Lo que en AirBnB se promocionaba como una «casa completa», resultó ser poco más que una «bodega con camas».
Ibai Fernández 2023
Ibai Fernández
Filosofía Rebelde

Obras en curso, motos en la entrada y... ¿una mesa de póquer?

Así pues y como si el caos inicial no fuera suficiente, Casa Tomasa decidió superarse a sí misma.

No una, ni dos… sino al menos cinco veces fuimos testigos de cómo la planta baja se transformaba en almacén improvisado, espacio logístico o, incluso, lo que podría haber sido el set de filmación de un cortometraje sobre una distopía post-apocalíptica.

Entre los tesoros almacenados, el más surrealista fue, sin duda, una mesa de casino digna de Las Vegas que pasó días y días y más días apoyada contra una pared.

Cada semana aparecían nuevos bultos, como si estuviéramos en una versión distorsionada y surrealista de «El Precio Justo»… pero con más polvo, más caos y ninguna posibilidad de ganar un premio que no fuera en forma de golpe o magulladura.

Casa Tomasa Bogotá Terror en el AirBnB
Andamios dificultando (cuando no «imposibilitando») el acceso a las plantas superiores.

Pero cuando ya pensamos que la cosa no podía ir a peor… empezaron las obras.

Martillos, taladros, gritos, ruidos mecánicos de proporciones industriales. Todo, mientras intentábamos trabajar desde casa, como hacen miles de nómadas digitales que confían —ilusos— en las descripciones de AirBnB

Casa Tomasa Bogotá Terror en el AirBnB
Trabajadores sobre el techo al que daba mi habitación

Lo mejor sobrevino cuando, como resultado de tanta reforma, taparon con paredes falsas la única fuente de luz que iluminaba las cerraduras de acceso al inmueble. Sí, eso también pasó. La arquitectura, nunca mejor dicho, del absurdo en todo su esplendor (o su oscuridad, qué sé yo).

Y como si todo eso no bastara, la planta baja no solo era trastero, también era parqueadero. Motos y bicicletas bloqueando la entrada día y noche, el timbre de la puerta sonando cada vez y cuando, gente entrando y saliendo y mi perro alarmándose cada vez que esto ocurría o que Verona, la perrita que daba nombre al ínfame refugio ladraba por cualquier motivo…

Ah, y la banda sonora de los trabajadores, lo mejor; porque, claro está, pa’ trabajar a gusto nada mejor que música a todo volumen, desde reguetón hasta la peor electrónica posible pasando por todos los géneros existentes de música latina, eso sí, a volúmenes demenciales, de modo que mientras vibraban las paredes, nuestros tímpanos se rendían a partes iguales entre la frustración y la resignación.

Casa Tomasa Bogotá Terror en el AirBnB
Paredes falsas producto de tanta obra que acabaron tapando el único punto de luz que iluminaba la entrada
  • 👉 Lo que contratamos: un alojamiento privado, tranquilo y equipado para teletrabajo.
  • 👉 Lo que recibimos: una casa compartida, en obras, caótica, y llena de ruido, polvo y extraños.

Y lo peor es que esto seguía siendo solo el principio.

Privacidad cancelada: la lavadora comunal, el secado imposible y el drama de las llaves

A estas alturas del relato —y del mes de estadía— el partido ya estaba definido:

Privacidad: cero.
Tranquilidad: en números rojos.
Dignidad: en cuidados intensivos.
Ibai Fernández 2023
Ibai Fernández
Filosofía Rebelde

Pero la historia no se detuvo ahí. No. Porque en medio del desmadre estructural y acústico, llegó otra joya del surrealismo doméstico: la lavadora compartida.

Durante una de las (incómodas) negociaciones que mencioné antes, nos solicitaron dejar abierta la puerta del apartamento de la primera planta, nuestro único refugio real, para que los demás huéspedes —sí, esos desconocidos con los que compartíamos casa sin haberlo querido— pudieran usar la lavadora.

¿¡Perdón!?

Una lavadora que, por cierto, centrifugaba como si fuera accionada por la fuerza del pensamiento positivo y que —para coronar— estaba acompañada de un área de secado más pequeña que una caja de zapatos. ¿De verdad pensaban que podíamos compartir ese espacio —que acabamos ni siquiera usando a título personal— con media docena de personas más? ¿¡En serio!?

  • 👉 Resultado: ropa mojada que tardaba siglos en secarse y, cuando lo hacía, olía a humedad rancia y frustración acumulada.
  • 👉 Solución: usar lavanderías externas, con el correspondiente gasto adicional que contradice toda lógica de «alojamiento completamente equipado».

Y si te parece que eso fue todo, espera, que viene el plato fuerte: la odisea de las cerraduras.

Al cuarto día, perdí las llaves mientras corría a recoger una encomienda. Lo reporté de inmediato. Me pidieron 100.000 pesos colombianos para reemplazar la cerradura, los pagué al instante. ¿Y las nuevas llaves? Tardaron tres días en entregarlas… y, cuando finalmente llegaron, no funcionaban bien.

Nos fuimos por fin de aquel infierno y las cerraduras seguían dando problemas. ¿Y en el camino? Quedarme encerrado dentro sin poder salir… y también fuera sin poder entrar. Un juego de escape… sin escape… y con lo único verdaderamente full siendo el precio pagado por tamaña tortura.

  • 👉 ¿Gestión del alojamiento? Inexistente.
  • 👉 ¿Responsabilidad ante las fallas? Brilla por su ausencia.

Y lo mejor (léase «lo peor») aún está por contarse.

Atrapado sin salida: entre cerraduras locas y respuestas fantasmas

Y en medio de esa absurda sucesión de encierros y frustraciones, buscar ayuda fue tan inútil como intentar llamar por telepatía.

La comunicación con la hija de la propietaria —nuestra «anfitriona» en la plataforma— fue cien por ciento telemática, y cien por ciento desesperante.

Aunque los propietarios vivían literalmente en la misma casa, la comunicación estaba imposibilitada por una ausencia casi que fantasmagórica, pues aunque residían allí, subir al primer piso al grito de «¿Hola?» era una actividad del todo fútil.

En su lugar, tratabamos de consultar las dudas que nos iban surgiendo por WhatsApp, pero sin mucha esperanza tampoco de que nadie respondiera.

Porque… cuando por fin había respuesta… esta se había demorado 36 horas o más, si es que, acaso e incluso, llegaba a haber respuesta. Y en caso de que la hubiera, venían en un estillo exquisito: en monosílabos, con desgana y una mala vibra que hacía sentir que cada mensaje que enviaba le costaba un año —sino más— de vida.

Así pues, ni hospitalidad ni empatía… ni un mínimo de interés, digámoslo así, profesional. Ni lo justo, tan siquiera, como para no poder ser denunciada por «abandono de huéspedes» si tal delito estuviera tipificado en algún código penal del mundo moderno.

  • 👉 Olvídate de «super anfitrión» o, a tal efecto, de la más mínima atención por parte de los propietarios.
  • 👉 Lo que recibimos fue una presencia fantasmal, una gestión indolente y una comunicación tan útil como un ventilador en un terremoto.

Y si esto aún no te parece suficiente para huir de Casa Tomasa como si ardiera, tranquilo: aún queda más leña para echar a esta hoguera del absurdo.

Ni wifi, ni higiene, ni decencia: la casa donde todo falla

Si llegaste hasta aquí esperando un giro positivo, te tengo malas noticias: esto no es una comedia romántica con final feliz. Es un documental sobre el desastre.

Y uno de los protagonistas indiscutibles de esta debacle es, sin duda, el wifi… o mejor dicho, su ausencia absoluta.

El internet en Casa Tomasa es inútil, inservible, fantasmagórico. No importa cuál sea la velocidad contratada —que nadie sabe—, porque no hay rastro de routers en la planta baja ni en el primer piso. Suponemos que hay uno para toda la propiedad, quizás escondido en algún rincón secreto junto a las promesas no cumplidas del anuncio.

  • 👉 Resultado: cobertura inexistente en casi toda la casa.
  • 👉 Solución: usar nuestros datos móviles durante toda la estadía, acumulando un gasto extra que nunca deberíamos haber tenido que asumir en un espacio que se promociona con un wifi de alta velocidad.

Y por si creías que ahí acababa el sabotaje doméstico, espera a oír esto:

  • La nevera: llena de escarcha, con la puerta sostenida por cinta adhesiva, y con pérdidas de agua como si fuera un iceberg derritiéndose en cámara lenta.

  • El fregadero y el lavabo: filtraciones constantes cada vez que se usaban con un mínimo de intensidad.

Casa Tomasa Bogotá Terror en el AirBnB
El polvo, omnipresente a niveles industriales
  • El polvo: omnipresente. El ambiente tenía la textura de un almacén abandonado.
  • El bestialario doméstico: insectos, restos biológicos, y basura vieja en los tachos, cortesía de inquilinos anteriores.

  • El inodoro: sonando como si estuviera llorando agua a mares, día y noche, durante el mes entero.

  • Los utensilios de cocina: reliquias arqueológicas no aptas ni para una exposición retro, y claramente sin limpieza desde hace generaciones.

Casa Tomasa Bogotá Terror en el AirBnB
Agujero en la pared con cables saliendo de él
Casa Tomasa Bogotá Terror en el AirBnB
La puerta de la nevera, con cinta adhesiva sujeta.
Casa Tomasa Bogotá Terror en el AirBnB
Pernos oxidados saliendo del riel de la puerta corredera del «lavadero»

Y por si fuera poco…

  • De los cuatro fuegos de la cocina, solo dos funcionaban.
  • El rack de platos se desprendió por completo la primera vez que intentamos usarlo, con golpe incluido (¡gracias por el souvenir craneal!).
  • Puertas sueltas, cables pelados saliendo de la pared, ducha con presión digna de gotero, y un calentador que, si calienta, es solo en el plano espiritual.
Conclusiones
  • Casa Tomasa no es un alojamiento, es una instalación fallida de escape room sin instrucciones.
  • 👉 Vivir allí fue una prueba de resistencia física, tecnológica, olfativa y emocional.

El clímax del absurdo: almohadas medievales, visitas desafortunadas y el colmo de la desfachatez

Después de todo lo vivido —de lo sufrido, mejor dicho—, uno pensaría que el desastre no podía escalar más. Pero Casa Tomasa siempre tuvo una carta bajo la manga, y era una joya final que no decepcionó… porque ya veníamos deshechos.

Todo esto lo pagamos —ojo— por una suma nada desdeñable. Y no me quejo del precio, me quejo del «timo de la estampita»: te venden una cosa y terminas peleando por algo completamente distinto, sin garantías, sin honestidad, sin vergüenza.

Y aún así, me reservo dos últimos momentos de gloria:

1. Las almohadas del infierno

No sé si fueron recicladas del siglo XIV o diseñadas en un laboratorio secreto de tortura, pero aquellas supuestas almohadas eran aglomerados de «algo» comprimido que ni juntas lograban formar una. Casi un mes entero durmiendo mal, con dolores cervicales, cefaleas crónicas y la firme sospecha de que mi cuello nunca volvería a confiar en mí.

2. La visita más surrealista de todas

A cuatro días de irnos —cuando ya contábamos los segundos—, apareció la propietaria. ¿A ofrecer disculpas sinceras? ¿A interesarse por nuestra salud mental? No.
Vino a:

  1. Regañarnos por no cerrar bien la puerta principal «por la inseguridad de Bogotá» —habiendo, nuevamente, como media docena más de personas viviendo en el inmueble—.

  2. Llenarnos de excusas mal disimuladas sobre las condiciones del lugar, con una cara que decía claramente:

—AirBnB me notificó el reembolso del 30% que voy a perder por vuestras quejas.

Y…

    1. El mejor momento de comedia involuntaria:

—A ver si apagan más luces, que el cambio de divisa no me ha arrojado ningún beneficio y la energía en Estrato 4 está carísima.

¿Perdón? ¿Cambio de divisa? Pagamos en pesos colombianos, desde un banco colombiano. Luego, de cambio de divisa, mis cojones en vinagre.

Y si eso no bastara, su mirada cuando me vio por primera vez bajando las escaleras lo dijo todo:

—¿Qué p**o hippie de mierda se me ha instalado en la casa?

Si las miradas mataran, esto sería una carta póstuma y tú estarías leyendo la crónica de un difunto.

Conclusión: huye de Casa Tomasa como si tu vida dependiera de ello

La experiencia en Casa Tomasa ha sido —sin adornos ni ironías— la peor vivida en años de uso frecuente de AirBnB. Un cúmulo de mentiras, desinterés, ruina estructural, ruido, polvo, basura, incomodidad y gestos hostiles.

Si valoras tu dinero, tu tiempo, tus horas de sueño y tu salud mental, aléjate de este lugar.
Y si alguna vez dudas de tu instinto al leer un anuncio demasiado bonito para ser verdad… recuerda esta historia y haz scroll. No reserves. No te expongas.

Ya me lo agradecerás después.

Abrazo,
~Ibai Fernández

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En abril de 2020 comencé The IF Show en Youtube para hablar de ciertos asuntos de los que quería hablar. Después de comenzado, la cantidad de trabajo desplazó el tiempo — y la energía — que tenía para hacerlo, por lo que dejé de producirlo y emitirlo en algún momento del otoño de ese año. Voy a volver a las andadas más pronto que tarde, pero mientras que lo hago, puedes disfrutar de lo que en su momento fue.

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