Poesía
Poema en el desierto
Cuatro años he tardado
de soledad para este verso
escribir entre poemas:
poemas de amor desierto.
Huiremos y nos haremos viejos
Huiremos y nos haremos viejos.
Volveremos a terminar lo que empezamos.
Al final seremos jóvenes haciendo lo que hacen los viejos;
viejos haciendo lo que desearían hacer los jóvenes.
Huiremos y nos haremos viejos.
Con un puesto de friturita justo en Huelin.
Boquerones, calamares y chanquetes…
A la rica almendrita de mi tierra (para abrir boca).
Al paseo de cielos violetas y anaranjados
entre rocas rompeolas que rompen corazones;
entre gritos que irían de la cocina hasta el mercado…
Entre (tus) olores…
Entre sabores almibarados de tu boca a la mía
de mi alma a tu vagina.
A espetos que me espetan
en qué se ha convertido el pasado
mientras me imagino que, una vez, me hice viejo a tu lado.
Ella siempre gana
Decidí olvidarme de todo durante un rato. Allí estaba ella, desnuda, y yo cubriéndola de miradas y de palabras. No tenía ningún objetivo, salvo el de dejar pasar el tiempo. Quería posponer lo inevitable, que es la muerte, pero ella me observaba, cada vez menos desnuda, y me hacía olvidarla.
Se cubría de un negro espeso, bajo un tatuaje permanente. Y a medida que ella moría yo me hacía más fuerte. También me desinflaba, pero me hacía más fuerte. Así como Eva, cual costilla sacada de mí y expuesta a mis propios delirios, expulsada de un paraíso anómico, iba mostrándose cada vez más vergonzosa, a medida que su piel era cada vez menos visible.
Mi victoria era mínima y, desde luego, pírrica. No ganaba yo. Nunca ganaba y nunca lo haría. Porque tras quedar completamente cubierta aparecería desnuda otra vez y otra, delante de mí, y entonces me miraría burlona y repetiría, en silencio, las mismas palabras, que son ninguna, pero que leen «tú pierdes» en una corriente subyacente que corre más allá de lo verbal.
Y entonces pretendería que la cubriese de nuevo, que le inyectara la amarga savia de mis negros labios en la concavidad de sus mejillas y en la convexidad de sus muslos. Querría que se lo hiciera una vez y otra. Cada vez más fuerte. Y yo, cada vez más fuerte, más rápido e intenso, trataría de darle lo que pide. Perdería. Me dejaría exhausto, se burlaría de mí mostrándome el fruto de mis esfuerzos, que no sería nada salvo haber pasado el rato.
Ella gana. Ella siempre gana. Ella y yo, en la cámara oscura. Ella gana. Ella siempre gana. Ella y yo, en mi habitación. Ella gana. Ella siempre gana. Ella y yo, la hoja desnuda. Ella gana. Ella siempre gana. Ella y yo, haciendo el amor.
¿Qué es poesía?
Poesía
no es
seccionar
oraciones.
Cuando todo pase
Cuando todo esto pase
y todo lo que me quede
sea tan solo fe y memoria
o, más allá,
ya en el más allá
—por ejemplo,
a modo de epitafio—,
creo que podré decir
—o mandar a tallar en piedra—:
«qué bien
que me lo he pasado
(cojones)».
Y quizás ese sea
mi único premio,
pero…
¿quién puede querer más?
A lo lejos
Hemos llorado, hemos reído, hemos perdido los sentidos.
Hemos sentido al sinsentido y apelado sin razón,
a las razones que el olvido olvidó en el corazón.
Olvidemos lo sentido y todo lo que nos concierna.
Olvidemos los motivos, abriendo ojos, oídos y piernas.
Retratemos los sonidos, que ante tanto desconsuelo, los huesos se nos hielan y se nos quiebran a lo lejos.