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Expresioniria — Alan Arkin y el mar

Bienvenidos a Expresioniria, mi colección personal —y en cierta forma privada— de sueños y recolecciones oníricas. En esta ocasión, he estado «en la playa», en el mar... sobreviviendo tsunamis. Y no lo he hecho solo, no, sino con un compañero de verdadera excepción: el grandísimo, grandísimo, grandísimo Alan Arkin. ¡Allá vamos!

Expresioniria: Alan Arkin y el mar

¡Qué sueño más increíble!

Después de una serie de peripecias —algo así como unos «trabajos» que estaba haciendo y en los que no me sentía «brillar», no me sentía del todo realizado—, me acercaba (junto a alguien más, alguien desconocido o cuya cara no podía ver o que me daba igual de quién fuera, pero que, por otro lado, se sentía como competencia) a Alan Arkin, que, digámoslo así, practicaba una especia de surf extravagante —o quizás alguna otra forma de navegación— con una tabla —o embarcación— gigante —y seguro que «prohibida» en sus formas por cualquier escuela de ingeniería naval con un mínimo de sentido común—, en medio de la tormenta marina más extremadamente grande que había presenciado en mi vida.

Más que hacer cabriolas «sobre» las olas, dejaba que estas le engulleran y luego salía del mar enbravecido con fuerza y determinación, siempre de pie, bien parado sobre su «tabla» y, sobre todo, gozando «el viaje».

El desconocido y yo, fascinados, queríamos aprender, pero Alan Arkin iba a lo suyo y nos resultaba muy difícil interceptarle para pedirle que nos enseñara a disfrutar tanto del mar (o algo así). El tema es que, de repente, en una dirección —la del horizonte— venía una ola gigante… demasiado gigante… pero —y que vivan los sueños— al mirar en dirección a la orilla— una ola aún más grande y terrible bajo un cielo del todo endemoniado de nubes, rayos y truenos, se cernía ya inevitablemente sobre nosotros. Un auténtico tsunami. En ese momento, a mí particularmente, la ola me tragaba y me empujaba bajo el mar. Temía por un instante… pero, al tragarme el mar, me sentía… relajado. Tanto, tanto que me di cuenta de que podía respirar el aire de los recovecos que la ola aún no conseguía llenar con su agua… y me empujo y me empujo hacia el fondo. Y la primera subida me costó trabajo —no me causó miedo, si al caso un poco de agobio— hasta que volví a llegar a la superficie. Alan Arkin y el desconocido también habían sobrevivido y, en ese momento, mi mensaje fue claro:

«El fondo del mar está precioso». 

Bien podía haberse tratado de un farol porque, la verdad, no recordaba en ese momento haber visto más que la ola y sus infinitas burbujas y ciertas luces en mi de algún modo desesperado intento por salir a la superficie. El desconocido y Alan Arkin se sorprendían positivamente de mi noticia y nos sumergíamos los tres al unísono para llegar al fondo del mar, donde, de pronto, podía aguantar la respiración cual campeón olímpico de apnea submarina.

Allí, en el fondo, durante un segundo más sentía algo de miedo pensando que habría fauna o flora marina que pudiere resultar venenosa… pero me tranquilizaba al momento de darme cuenta de que no era el caso, así como me sorprendía de descubrir —y de señalar a mi pareja acompañante— un «pez jirafa» (ni siquiera sé si existe, como tal, la denominación), que era un pez que tenía sobre su nariz una aleta en forma de cuello y cabeza de jirafa, además de otras especies animales increíbles.

Ya me daba igual Alan Arkin y su magnífica forma de surfear, el desconocido y los trabajos que había hecho y de los que no había sentido estar toda la altura de la que me sentía capaz.

Salía del agua después de disfrutar el paseo submarino y ya no estaba a mil kilómetros de la orilla, sino justo a su lado; ya no había mar embravecido, sino uno digno de disfrutarse con la mayor de las tranquilidades —que, de hecho, era lo que hacían un montón de familias y, sobre todo, un montón de niños que jugaban en la orilla—. Yo emergía con bañador, un bronceado digno de revista de moda y el pelo mojado y muy largo —sintiéndome todo un sex-symbol, por cierto—. Un niño paseaba correteando a mi lado. La playa era una de estas paradisíacas en las que las palmeras y otros árboles llegan casi hasta el agua del mar. Me daba un paseo por la orilla mientras los niños, divertidos, juguetones, se paseaban dando carreras a mi lado.

Me he despertado entre risas de satisfacción.

Y hasta ahí.

Hasta ahí. 

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2 comentarios

  1. Guau, qué fuerte. ¿Tú tienes claro lo que significa? Porque yo lo veo claro.

    «Hubo un tiempo en que te preocupabas mucho de complacer a ciertas personas a las que admirabas; luego tuviste momentos turbulentos que te llevaron por otra senda que en un inicio te dieron miedo pero que luego descubriste que te gustaban tanto que ya no te interesaba tener la aprobación de nadie. Trabajaste mucho y duro en eso y sin darte cuente ya has llegado a un punto donde puedes disfrutar todos esos frutos. Y lo mejor es que dejaste atrás a esas personas que creías que debías satisfacer.»

    No soy experta en sueños ni nada, es solo lo que creo que podría significar. Si es así, chico, a disfrutar lo que se viene, porque es un muy buen augurio.

    1. Hola, Món.

      Yo creo que…

      1. Pasó el tsunami… y no fue tan terrible.
      2. Se viene «la buena vida».
      3. Que he estado sintiéndome que no daba la talla en lo que hacía.
      4. Que voy a aprender a surfear… o incluso a navegar.
      5. ¡Y que voy a reencontrarme con el niño que fui, que ya era hora!

      Más o menos eso creo que significa. Ah, sí, claro… y que Alan Arkin me parece un maestro en lo suyo, ya se trate de actuar —que es su profesión— o de navegar un mar enbravecido.

      ¡Gracias por tu comentario!

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